Editorial: Violencia americana
La inseguridad como uno de los problemas urbanos más graves en América Latina dejó hace mucho tiempo de ser noticia. Los cuerpos mutilados en las calles mexicanas, la actividad pandillera en las capitales centroamericanas y el microtráfico de drogas en Colombia, Brasil y Argentina se han convertido, lamentablemente, en asunto cotidiano.
A pesar de que ya nadie intenta tapar ese violento sol con un dedo, no dejan de generar preocupación los niveles de homicidios en las urbes de la región. De acuerdo con el reciente reporte de la ONG mexicana Seguridad, Justicia y Paz, 40 de las 50 ciudades más violentas del mundo se encuentran en el subcontinente americano.
Al recoger información proveniente de las poblaciones con más de 300.000 habitantes en el globo, el informe retrata una sombría instantánea de nuestras metrópolis. En el listado de medio centenar aparecen 14 jurisdicciones brasileñas, 12 mexicanas, 5 colombianas y 3 venezolanas.
Si bien los datos de las naciones africanas son poco confiables o, en muchos casos, inexistentes, la concentración de las más altas tasas de homicidio urbano en América Latina no es un fenómeno nuevo ni sorprende a los observadores internacionales. De hecho, es una alarma que lleva encendida más de una década sin dar señales de mejoría.
* * * *
Una mirada a los diez primeros lugares del ranking ratifica la inseguridad como la amenaza más seria para México y los países centroamericanos. Honduras, por ejemplo, no solo 'comanda' la selección con San Pedro Sula, sino también reporta su Distrito Capital en el quinto puesto. Cinco nombres aztecas integran el top ten, mientras que Ciudad de Guatemala, Ciudad de Panamá y la jamaiquina Kingston pasan el deshonroso corte.
Las estadísticas centroamericanas encabezan de lejos los registros. Los más de 150 asesinatos por cada 100.000 habitantes en la líder hondureña duplican a Cali, la primera colombiana de la lista, y quintuplican a la sudafricana Johannesburgo, la número 50. En otras palabras, la violencia urbana de América Central constituye una problemática sin comparación con otras latitudes del planeta y cuya reducción no se perfila a corto plazo.
Es justo aclarar que el fenómeno del homicidio no afecta por igual a todas las ciudades latinoamericanas. Todo el Cono Sur, Ecuador, Bolivia y Perú, así como Costa Rica, no entran en los listados. No obstante, de acuerdo con la encuesta Latinobarómetro del 2011, la mayoría de los habitantes de la región señalan la delincuencia como el problema más grave en sus respectivos países. De hecho, en las más recientes mediciones, los asuntos económicos y de pobreza han venido perdiendo importancia frente a la preocupación por la inseguridad.
Un tercio de los encuestados afirma haber sido víctima de un delito y dos de cada tres están insatisfechos con su sistema judicial y desconfían de sus cuerpos policiales. Más de la mitad de los mexicanos, guatemaltecos, nicaragüenses, bolivianos y hondureños no creen que sus Estados sean capaces de enfrentar con éxito el narcotráfico y la criminalidad.
* * * *
En este panorama regional tan negativo, el "mal de muchos" no puede considerarse mayor consuelo para Colombia. Cali, Medellín, Cúcuta, Pereira y Barranquilla conforman la cuota nacional dentro de las 50 más violentas del mundo. A pesar de que la cifra global de homicidios viene cayendo para todo el territorio nacional, algunas estadísticas urbanas se resisten a bajar.
La capital vallecaucana es un ejemplo de la persistencia de tasas disparadas que llegan a duplicar las registradas para el país y que irradian a su área metropolitana. Con cinco asesinatos diarios en promedio en el 2011, Cali necesita una estrategia de seguridad sostenida en el tiempo y que supere insuficientes planes de choque, como el desplegado el año pasado.
Medellín, por su parte, refleja los impactos nocivos de la criminalidad en la calidad de vida urbana. Luego de convertirse en un modelo de integralidad en los sistemas de transporte, las bandas delincuenciales extorsionan el servicio de buses y, según se denunció recientemente, hasta las escaleras eléctricas de la Comuna 13.
La consolidación de grupos armados ilegales, como los 'Urabeños', en barrios y localidades requerirá el despliegue de estrategias acordes con los entornos y dinámicas de las ciudades. Extorsión a pequeños comerciantes, centrales de abastos, control de la prostitución y juego ilegal, manejo de la venta al detal de narcóticos y vulnerabilidad de los transportadores demandan repuestas estatales específicas y distintas de la guerra en la zona rural y las montañas. El combate contra las bacrim debe completarse con un componente urbano.
Aunque los desafíos a la inseguridad ciudadana son similares en América Latina, los caminos para enfrentarlos difieren de país en país. En Colombia, una política que ha recibido evaluaciones positivas y que debe seguir ampliándose es la de vigilancia por cuadrantes. A ella deben sumarse un fortalecimiento de la inteligencia policial contra el crimen organizado, mejoras en el aparato de justicia y atención a los jóvenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario